Me despierto. Viernes, 4.30 de la mañana. Taxi al aeropuerto (si, me he dormido... para variar), avión hasta Orio, bus (hora y media larga por las puñeteras retenciones de las 8 de la mañana) hasta Milan y tren (mas tarde de lo previsto) hasta Florencia. ¿Había algun otro medio de transporte disponible? No, por suerte, no ha sido necesario remontar el rio Arno en piragua.
La ciudad... que decir de Florencia. Impresionantemente bella. Edificios históricos, obras de arte renacentista y un laberinto de callejuelas, cafés, restaurantes y tiendas de moda o souvenirs. Llena de turistas (y yo una más, poseida el espiritu de un japonés que debía venir dentro de la camara Fuji, he sacado mas de 200 fotos en 3 días y no contenta con ello he pagado por entrar a la galería Uffizi, media hora antes del cierre para ver a la mujer saliendo de una almeja). Cara hasta decir basta. Italianos e italianas con estilo y grandes gafas de sol (ma... io ho l'stilo anche, como me lo cuajo y que ancha me quedo, con el Ponte Vecchio de fondo).
El tiempo pasado allí... estupendo. Tenemos videos. Hemos aprendido italiano, y ellos un poco de español (ta fumao un porro, cabrón, y el tipo de cosas que suelen enseñarse a las gentes extranjeras), y les hemos hecho amantes de la tortilla de patatas. Dilo, porque yo lo valgo, Amparo. Que suerte habernos quedado en casa de Federico... Y que alegría poder disfrutar de 4 días de sol, de sol de verdad, del que calienta.
Y antes de darme cuenta, ya era lunes. El mismo camino, pero a la inversa, esta vez con el bus puntual y una clase entera de viaje de estudios amenizando el vuelo. Así no hay quien lea.
Al bajar del avión llovía. Y esta mañana otra vez a clase.
Re-bienvenida a Berlín.
martes, 19 de febrero de 2008
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